Estaba viendo en la televisión a nuestro dictador que intentaba explicar lo inexplicable, ¡que mentiroso es!, me dije. Y tramposo, con ese aire chulesco, maleducado. Seguía hablando ¡cínico! Y además manipulador, no tiene escrúpulos, le da igual todo. Mi enfado iba en aumento, es un prepotente. Consulté en el móvil el diccionario de la RAE y sí, era un felón, que según la RAE significa: traidor, desleal, alevoso, pérfido, bellaco, infame, indigno, falso, engañoso y perverso. Todo le encajaba. Estaba terminando ya su intervención y mi cabreo estaba al máximo. Consulté en el móvil a la Inteligencia Artificial si había una palabra o frase que pudiera significar todo lo anterior, una manera de definir a un personaje así. Y me respondió en un par de segundos que sólo había encontrado una: Pedro Sánchez. Me sentí vigilado. George Orwell y su “1984” volvían. ¡Solo lo había pensado!, bueno y sentido. Sudor frío, el timbre sonará, me detendrán. “El proceso” de Kafka” vino a mi memoria. Voy a lo mío, los libros y así me olvido.
La luz difícil es un libro editado en España a finales del año pasado y es de los últimos que he leído y me ha sorprendido gratamente, es de lo mejor de los últimos meses. La primera referencia que tuve de su autor fue viendo una entrevista con el gran escritor también colombiano Juan Gabriel Vásquez que colocaba a su autor, Tomás González, entre los mejores escritores sudamericanos actuales y eso, con el actual, “nuevo boom” ya es mucho. Por supuesto ya he leído otro libro de él, Primero estaba el mar, el primero que escribió. Y seguiré leyendo el resto de sus obras. Merece la pena.
Empiezo por decir que es un libro marabilloso (no es una falta de ortografía, es la última palabra del libro y cuando lo lean, lo entenderán). El libro está narrado por un anciano, pintor famoso, reputado y exitoso años atrás. Después de haber tenido una vida nómada por su profesión, termina viviendo casi ciego y solo en un pueblecito de Colombia. Y al tiempo que nos narra su vida actual de anciano con una existencia tranquila y plena, nos cuenta su vida de muchos años atrás y sobre todo el episodio del accidente de tráfico de uno de sus hijos que lo dejó tetrapléjico y los años intentando todo lo posible y lo imposible por mejorar. Sin éxito. Al final el hijo decide poner fin a su vida para lo que tiene que desplazarse acompañado por un hermano a otro estado donde la eutanasia es legal. Sus padres, su otro hermano y el resto de la familia se queda en Nueva York. Esperando. “El infortunio es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil…”
Al terminar de leer este libro se queda buen cuerpo, satisfacción, felicidad por haber leído algo importante. Es un libro tranquilo, sereno, pausado y da una gran lección sobre cómo tratar un tema tan duro. Porque es una lección de vida, de amor. No es un libro cursi, lo cuenta con la crudeza y realidad necesarias. “Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde” Pero es una lección de vida. Es una novela corta donde se narran las horas, el día de espera tensa y brutal de la familia en Nueva York esperando noticias de sus otros dos hijos. ¿Y si se arrepiente? Es la pregunta que se hacen durante ese día, esas horas de espera. Y eso añade un dramatismo, una angustia, una incertidumbre, una tensión fascinante. Ni ellos saben lo que quieren, lo que desean, ¿qué se arrepienta?, si, no.
El anciano pintor nos cuenta su vida de pintor de éxito y cómo todo cambia después del accidente del hijo, sus esfuerzos de todo tipo, también económicos, para intentar que el hijo tetrapléjico pueda recuperar algo de movilidad, mejorar su calidad de vida. Lucha y dolor para un final previsible y una sensación de impotencia por parte de los padres y familia. También es una historia de amor, una delicada historia de amor, tierno, verdadero. “Me casé con Sara cuando los dos teníamos veintiséis años. Vivimos juntos cincuenta, hasta que se murió del corazón hace apenas dos. No conocí otras mujeres: ella fueron todas…” Todo queda dicho en esas pocas palabras.
Unos pocos personajes: David el padre, Sara la madre, Jacobo, Pablo y Arturo los hijos, un par de grandes amigos, la novia del hijo mayor, una criada y su marido el jardinero. Todos perfectamente definidos, muy bien construidos, te parecen de tu propia familia. Es además un canto espléndido del paso del tiempo, o del no paso del tiempo en ocasiones. “El tiempo pasaba como una rueda que nos apretaba cada vez más los huesos” pero también “el tiempo pasaba muy despacio, casi se devolvía”. Y más: “.. me dijo que las cinco y cinco. ¿Segura?, casi le pregunto. Era como si las palabras estuvieran perdiendo ya la capacidad de contener el tiempo, y yo de entenderlo, y los relojes de medirlo”. No se puede expresar mejor la angustia del tiempo de espera, de incertidumbre, de ansiedad. El tiempo, ese misterio.
El libro explora temas profundos, humanos, como lo bello que puede ser envejecer aunque viudo, lejos de casa, casi ciego y con el recuerdo del hijo muerto. Analiza lo conmovedor del dolor pero lo hace sin dramatismo, lo hace con belleza, profundidad, emoción. Es una hermosa reverencia a la eutanasia, en un caso extremo donde acabar más que paliar el dolor es el único fin. Muy al final del libro hace otra reflexión: “Por fortuna nadie dijo que su muerte había sido lo mejor para él. Era un lugar común desagradable, y además nadie lo sabía con certeza”.
Página a página es un libro incómodo, pero como les he contado, con páginas y reflexiones bellas y muy hondas. Es un libro para gozar de buena literatura. Yo diría que es un buen libro, magistral a veces, un relato magnífico, creo que posiblemente sea un libro necesario. Te deja cautivado. Es de esos libros inolvidables, que volverás a leer dentro de un tiempo, para recordar la historia, para aprenderte las reflexiones sobre la vida y el tiempo. Ya les dije al principio que me había gustado mucho, termino diciendo que es de los libros que te hacen pensar, que hacen mucho bien. ¡El placer y la magia de la buena literatura!. Marabilloso. Sí, marabilloso, cuando lo lean lo entenderán.
Léanla en papel, en un libro de verdad, el digital es otra cosa.
Al menos a mí es lo que me parece.
Heliodoro Albarrán