Tenía ganas de escribir sobre Ignacio Martínez de Pisón porque siempre me gustaron sus libros, sus novelas. Me parece un escritor importante por el contenido de sus libros y por cómo están escritos. He leído la mayor parte de los que ha publicado a lo largo de los últimos años y siempre me ha quedado un buen sabor. Títulos como Enterrar a los muertos, Castillos de fuego (el último) y el que hoy les comento, “Dientes de leche”, me parecen sus mejores novelas, de las más bonitas, aunque todas son muy recomendables.
Dientes de leche” narra la vida de una familia a lo largo de más de cuarenta años, desde 1937 hasta 1982 aproximadamente, es decir comienza con “nuestra guerra de los mil días” y llega hasta la democracia. Tiene detrás unos hechos históricos, pero no es una novela más de la guerra, aunque sobrevolando por encima de toda ella siempre están los dos bandos, los vencedores, los derrotados.
Raffaele es un italiano que viene a España a luchar con el ejército nacional. En Italia no es fascista ni antifascista, solo es pobre y para dar de comer a su mujer y a su hija, para poder ganar dinero, se enrola en las milicias que vienen a España a luchar con Franco. Durante la guerra sí siente simpatía por los ideales franquistas, pero a lo largo de toda la novela hay un continuo desencanto de ellos. Después de participar en pequeñas escaramuzas, en el frente de Zaragoza cae herido y en el hospital conoce a la que será su mujer y con la que tendrá tres hijos. Muy diferentes, uno de ellos termina siendo antifranquista, al otro le guía la indiferencia, por comodidad, por dedicarse a luchar por sobrevivir y el tercero vive dominado por la inconsciencia de su retraso mental. Y la madre, del lado de los vencidos. La novela avanza al ritmo de las vidas de los personajes, con recuerdos del pasado, pero prevaleciendo la lucha diaria por sobrevivir en aquella España difícil e intolerante.
Se pueden sacar muchas conclusiones, por ejemplo, nuestro error eterno de querer borrar del pasado lo que no nos gusta. Como dijo alguien “la vida es un borrador que no se puede pasar a limpio”. Hay mucho de venganza, de amor, de vuelta a los orígenes, pero también de ternura, de una aventura familiar de casi cincuenta años de duración. Cuenta escenas de la guerra entrañables: las trincheras enemigas muy cerca y cada una de ellas rivalizando en cantar en alto canciones populares o quedando un grupo con pañuelos blancos en terreno neutral entre trincheras e intercambiarse cartas, discos, comida. También es entrañable y duro a la vez donde cuenta el episodio de los dientes de leche que la madre protagoniza y su cruel final.
Hay también páginas de angustia, de drama, de relato fiel de la vida en años duros, incrementado todo con unas relaciones familiares difíciles, separación de los hijos, etc. La vida va pasando para los personajes, pero es tal la tensión narrativa, la emoción, la incertidumbre, que sigues leyendo con fruición. Me ha perecido especialmente destacable un párrafo en el que uno de los hijos describe su concepto de la muerte, que se acerca mucho al que yo siempre he defendido: “… un día arrancas una hoja de un árbol y esa hoja desaparece para siempre. Y otro día te mueres y desaparecen todas las hojas y todas las ramas y todos los árboles y todos los bosques del mundo, y también todos los insectos y todos los pájaros y todas las piedras y todas las montañas y todas las casas y todos los coches y todos los pensamientos y recuerdos de la gente que hay dentro de esas casas y esos coches… ¡Todo! ¡Todo desaparece! ¡Todo deja de existir para siempre!” Y yo añado que desaparece la historia, el mundo, es la nada absoluta, la de verdad.
Los hijos van creciendo y empiezan a vivir sus vidas, sus amores, sus hijos, sus trabajos, sus problemas. Todo dentro de unas relaciones familiares complejas y de una sociedad cerrada donde no todo está bien visto. La vida del hijo deficiente está contada de una forma delicada, deliciosa, no exenta de la crueldad que algunas situaciones producen.
Me parece que la novela es una metáfora de las vueltas que da la vida, el pasado que vuelve y todo lo descoloca. O no. El pasado vuelve y “explota” y deja las cosas en otro sitio, pero la vida tiene que continuar y lo hace. La novela empieza con un prólogo fantástico, de una profundidad y de una maestría increíbles. Y el final está muy conseguido. Si tuviera que catalogar a esta novela, diría que pertenece al realismo tradicional, se lee con gusto, disfrutando. Es sencilla de leer, sin complicaciones, pero eso no quita que tenga una estructura narrativa compleja pero bien resuelta. Me parece deliciosa, una gran novela, de sentimientos, te toca la fibra sensible en muchas ocasiones. Una obra maestra.
Termino. Léanla en papel, en un libro de verdad, el digital es otra cosa y disfruten de esta joya de la literatura. Disfrutarán y sentirán, merece mucho la pena.
Al menos a mí me lo parece.
Heliodoro Albarrán