Hoy quiero hablarles de un libro editado este mismo año y que me ha parecido de lo mejor que he leído en los últimos meses. El libro es “Retratos para la Eternidad” de Ignacio Camacho, periodista sevillano de largo recorrido. Ha sido parte importante de Diario 16, El Mundo y El Correo de Andalucía entre otros, en la actualidad trabaja para ABC. Es uno de los mejores, si no el mejor columnista de opinión de la actualidad. Ha ganado todos los premios importantes de periodismo de este país: Mariano de Cavia, González-Ruano, Julio Camba, Miguel Delibes, etc.
Acaba de publicar “Retratos para la Eternidad” una recopilación de obituarios escritos por él en este siglo XXI, es decir, son personajes muertos en este siglo pero que sus vidas, su importancia abarca buena parte del pasado. Está editado por la editorial Reino de Cordelia y es una edición muy cuidada, elegante, atractiva, una maravilla. Digno de agradecer. El prólogo es de José Luís Garci. El libro me ha gustado por el contenido, porque me ha sido agradable repasar trocitos de la vida de personajes importantes de todos los ámbitos. Y también me ha encantado desde el punto de vista literario, me parece que hay poca literatura de este nivel en las librerías hoy en día.
Ya el prólogo de José Luís Garci es una delicia. Para Garci el más grande de los periodistas especialistas en obituarios fue César González Ruano. Muerto éste, Jaime Campmany fue su sucesor: “a mi los muertos se me dan como a nadie” decía y tras su desaparición, el digno portador del título es Ignacio Camacho. Para Garci fue Zorrilla cuando leyó unas palabras, versos, en el funeral de Larra, el que inauguró el género periodístico del obituario. Lo malo, dice Garci, de esta prestigiosa modalidad periodística, es que sus protagonistas nunca lo leen, salvo excepciones, siempre producto de la precipitación, de los errores que llegan a la redacción… También dice que “los muertos hay que iluminarlos, hay que escribirlos, como los boleros, con el alma sobre la mesa y ojos de recuerdo” Y hacia el final de su prólogo, Garci afirma que Ignacio “más que dar sus condolencias, hace una alegre visita al difunto y comparte con él, no en el tanatorio si no en el living, un Jameson o un dry martini, y, ya en off, una charla animosa, nada fúnebre, que termina con un apretón de manos”. Es un prólogo delicioso, Garci es además de nuestro mejor cineasta, un extraordinario escritor.
El libro está dividido en cuatro partes, El poder y la gloria dedicado a los políticos y hombres que ostentaron el poder, Polvo de estrellas con artistas, actores, deportistas y famosos en general, El ser y la nada dedicado a escritores y el cuarto Las hojas muertas en recuerdo de periodistas fallecidos. En total casi cien personajes muertos este siglo. En la introducción “El panteón de papel” hace una pequeña historia de este “genero” periodístico. Necrológica, obituario o in memoriam, prefiere decir que lo que escribe son “taxonomías académicas”. Afirma Camacho que todos, todos, está escritos a posteriori, aún por pocas horas del fallecimiento. Dice que no le gusta la nevera. Afirma que en ocasiones le pedían los obituarios antes de la muerte del personaje pero que él se sentía incapaz de escribir una necrológica en vida. Están escritos desde el respeto, es partidario de omitir juicios antipáticos sobre los muertos, a los malos, los necios, los ineptos o sinvergüenzas es preferible dejarlos dormir el sueño eterno cubiertos por la lápida, dice.
Salvo muy escasas excepciones, cada obituario ocupa algo más de una página, por lo que se leen fácilmente. Una de las excepciones es el primero de ellos, dedicado a Adolfo Suárez, el primero por la importancia del personaje para el autor, porque, dice que con el rey Juan Carlos son los máximos responsables de la transición y de la democracia en España. De Suárez dice que la palabra clave es “audacia”. Tiene un párrafo impresionante “Aquella foto con el rey en el jardín de su casa de la Florida, tomada en 2008 por su hijo Adolfo, fue el testamento simbólico de una etapa cerrada. Una imagen de despedida, de tristeza envuelta en un halo de bellísima ternura. Los dos hombres caminaban de espaldas hacia la posteridad presentida. Don Juan Carlos, con el brazo sobre el hombro de su antiguo amigo, envolvía sus brumas con el testimonio de un viejo afecto. El del tiempo que les unió en la aventura más incierta, hermosa y fértil de la España moderna”. No admite más comentario que el de extraordinario, en el relato, en el significado y en su hondura literaria.
De Juan Pablo II afirma que fue “sin duda el líder contemporáneo con mayor credibilidad moral y el ejemplo más preclaro de rectitud y de justicia del último cuarto de siglo”. Dice en una entrevista que es uno de los que más le costó escribir por la grandeza del personaje. Termina diciendo “Un líder gigantesco de un tiempo confuso y difícil del que cabría parafrasear al Marco Antonio de Shakespeare ante el César muerto: Este era un Papa; nunca tendréis otro como él”.
Julio Anguita es otro de los elegidos: “quizá no quede ya en España un político capaz de concitar el respeto moral de que disfrutaba Julio Anguita” y termina “pero con todos sus errores se lleva a la tumba un patrimonio moral bien ganado que transciende en la memoria colectiva como su más honorable epitafio”. El dedicado a Nelson Mandela es fascinante, se titula “Mandelitas de saldo” y empieza así: “Cuidadito con las comparaciones. Los enanos tienen derecho a soñar que son gigantes pero si se comparan con ellos jibarizan su estatura moral. Algunos políticos semianalfabetos tienden a llenarse la boca con frases de Churchill, otros insalvables mediocres se espejan en Kennedy y ciertos lidercillos resentidos tienen tendencia a considerarse herederos de Martin Luther King. Hay sedicentes revolucionarios de alpargata que se creen discípulos del Che Guevara. Últimamente hemos visto a empedernidos camorristas tribales declararse seguidores de Gandhi…” De Fidel Castro como de Pinochet afirma que cuando un dictador muere tranquilamente en su cama, sin responder de sus crímenes y fechorías siempre se debe a un fracaso de la justicia. Uno de los mejores es el dedicado a Josep Piqué “su elegancia era la destilación natural de una mentalidad abierta, un talante liberal, una sobriedad emocional senequista…”
De Katharine Hepburn dice no recordar ninguna película en la que enseñase las piernas, “era un iceberg capaz de hundir el buque de mayor calado: tenía una inteligencia devastadora recubierta de una belleza inalcanzable. Si por lo menos le hubiésemos visto alguna vez las piernas” A Leonard Cohen le define como el Nobel de la elegancia. De Alfredo Landa afirma que “el personaje del campesino humillado de Delibes le deja en la historia con la grandeza moral un soberbio paradigma literario”. Y podría seguir, Arturo Fernández “Los buenos modales”. De Gabriel García Márquez “que su grandeza no cabe en obituario” afirma Camacho.
Y así muchos más. Y termina con el obituario que nunca quiso escribir, el de su madre. No tengo palabras para definir lo que siento al terminar de leer el libro. Emoción, felicidad, sensación de haber leído algo extraordinario, por el contenido y por la forma, literatura de primerísimo nivel.
Dejen lo que tengan en las manos, compren el libro, en papel, un libro de verdad, no estropeen esta maravilla en un libro digital. Es más que una recomendación, es un ruego, sientan la felicidad de cerrar el libro al terminar, mirar al cielo y decir ¡gracias!
Al menos a mí me lo parece.
Heliodoro Albarrán