“La ciudad ideal es la que los dioses construyen para que en ella vivan los hombres” es una frase de autor desconocido cuyo origen se pierde en el laberinto de los tiempos. Expresión potente, sentenciosa y redonda. Es de esas que, si la pronuncia un orador con cierta autoridad desde un escenario, podrá ver complacido cómo la audiencia hace gestos de aprobación y acuerdo. No admite réplica.
Pero, ¿cuántas ciudades conoce usted que hayan sido construidas por los dioses para los hombres? Pocas o ninguna. Ni Atenas, ni Tebas, ni Babilonia… Más realista es reconocer que, solo muy de vez en cuando, algunos hombres notables, en ciertas ocasiones, destacan en esa labor. Leonardo da Vinci, por ejemplo, dedicó parte de su genio a sugerir un urbanismo ideal, de calles con tráfico de carruajes segregado, zonas peatonales, autovías de agua, edificios de varias alturas con escaleras exteriores, vías diseñadas para sacar el máximo partido a la luz solar y reducir los daños por terremotos, etc., tal como puede comprobarse en sus obras “Manuscrito B”, “Códices Madrid I-II” y “Códice Atlántico”.
Sin embargo, lo normal es que el común de los viandantes deleguemos estas tareas en pequeños grupos de conciudadanos, a los que solemos llamar concejales, apelativo que alcanzan sin más mérito o capacidad que el de someterse voluntariamente al escrutinio en las urnas cada 4 años. Y demos gracias a que existan personas dispuestas a ocuparse de lo común a cambio de un sueldo que no suele ser la bicoca que muchos imaginan.
En las democracias asentadas, los ediles suelen ser de vida efímera, sobre todo si comparamos el tiempo que requiere resolver las cuitas de sus villas, con el de permanencia efectiva en sus asientos.
Las urbes más antiguas, que han sido habitadas constantemente durante milenios, enfrentan desafíos formidables. Mantener el legado del pasado mientras evolucionan hacia el futuro exige soluciones innovadoras a problemas que surgen continuamente.
No es un reto simple. En ese proceso, muchas antaño prósperas metrópolis han sucumbido y fueron abandonadas, dejando tras de sí tan sólo un campo fértil para arqueólogos que se solazan excavando en el terreno.
Cada población es única. El tiempo moldea su desarrollo a lo largo de los siglos, según las diferentes costumbres de sus vecinos, sus necesidades y circunstancias, en entornos históricos, geológicos y climáticos distintos y particulares. Eso no es fácil de cambiar de la noche a la mañana.
Segovia presume de antigüedad. Si algo enorgullece a los que la habitan es sentirse parte de algo que empezó hace miles de años. Ya en la prehistoria, 60000 años atrás, el valle del Eresma era lugar de asentamiento temporal de grupos de neandertales y tras ellos diferentes pobladores de la especie Cromañón fueron dejando huella desde el Calcolítico a la Edad del Bronce.
La roca que domina la desembocadura del río Clamores en el Eresma esconde testimonios de asentamientos desde el siglo V a. C., de celtíberos, arévacos, vacceos y vetones, que recibieron a los romanos que decidieron establecerse en la localidad, hace más de 2000 años, poniéndola definitivamente en el mapa.
Les sucedieron visigodos, bereberes de la Mauritania hasta la reconquista, judíos hasta su expulsión y una mezcla de cristianos viejos procedentes de Castilla, León y otros pueblos de la naciente España, que terminaron de conformar el carácter de sus habitantes.
Con todo, hoy podemos presumir de no haber desaparecido. A pesar de haber perdido una parte importante del esplendor antiguo y sus edificaciones, conservamos una muy sustancial porción de lo que nuestros antepasados fueron construyendo para admiración de propios y extraños. Tantos de estos últimos que, los fines de semana, resulta muy difícil moverse incluso a pie por las zonas más turísticas.
A pesar de ello, quienes viven en Segovia en 2025 destacan su ambiente tranquilo y sereno, lejos del bullicio de las grandes capitales. Aprecian un acceso privilegiado a espacios naturales próximos. Valoran su rica tradición gastronómica y disfrutan de una oferta cultural de nivel apreciable. Es un lugar seguro, excelente para familias, donde el costo de vida es relativamente más asequible, en comparación con otras capitales españolas.
Pero también se quejan, y no poco, de las enormes restricciones que esa misma antigüedad que les enorgullece les impone, coartando la movilidad, el transporte público o el acceso a la vivienda. Auténticas fronteras que constriñen el crecimiento del tejido urbano y la condenan a mantener una población limitada, obligando a muchos a asentarse fuera de sus confines.
Segovia es mucho más que urbanismo, mucho más que arquitectura, mucho más que patrimonio. Representa una cultura particular, una comunidad de personas con carácter propio. Segovia, a fin de cuentas, está definida por los segovianos.
Gobernar un pueblo como este no es tarea fácil. Quienes se prestan a hacerlo se ven sometidos a un duro y constante escrutinio público que suele compadecerse poco de las penurias municipales, al tiempo que eleva infatigablemente su exigencia, sin dar tiempo a asentar los proyectos.
Para transformar Segovia y reorientarla hacia un futuro de oportunidades, se necesitan equipos multidisciplinares de alto rendimiento, sólidos y resistentes, asociados con el gobierno local, las organizaciones comunitarias y el sector privado. Juntos deben diseñar y ejecutar estrategias transformadoras para superar los límites, sin destruir lo que nos ha traído hasta aquí.
Un proyecto muy complejo en el que se deben planificar cuidadosamente, con ritmo constante, fases e hitos a corto, medio y largo plazo. Se requieren vocación de servicio, entusiasmo y energía para mantener al equipo coordinado y a las partes interesadas motivadas y unidas ante el objetivo común, a pesar del largo tiempo que necesariamente requiere la finalización de cualquier proyecto urbano.
Para que todo esto sea posible, las 25 personas que los segovianos eligen cada 4 años para encargarles esas tareas, deben empezar por ponerse de acuerdo, abordando primero lo que las une y fijando la vista en los objetivos compartidos.
Esa es la clave, por falta de espacio hoy no diré más, ni menos.
Javier López-Escobar