Parece que una vez pasado el 550 aniversario de la proclamación de Isabel como reina de Castilla, este año hay un nuevo aniversario que no debe pasar desapercibido en Segovia, y es que, en 2025, concretamente el pasado 5 de enero, se han cumplido los 600 años del nacimiento del rey Enrique IV, hermano de Isabel. Si hay un monarca que dejó una significativa impronta en la ciudad ese fue Enrique IV de Castilla. Desde joven, mostró un gran afecto por la urbe que recibió como regalo de su padre, Juan II, cuando tenía solo 14 años.
Conocido por muchos como «el Impotente» por aquello de las dificultades por dejar descendencia aireadas de maneras malintencionadas por sus enemigos, dejó una huella en Segovia que ni el mismísimo Alcázar pudo borrar. Este monarca, que parecía tener más problemas que soluciones, convirtió la ciudad en su refugio personal, donde sus decisiones a menudo eran tan impredecibles como el clima segoviano.
Su pasión por la cultura, el arte, la arquitectura, permitió la llegada a la corte de arquitectos artistas, artesanos y que impulsaron un verdadero Renacimiento castellano. Con la corte asentada en el Alcázar, impulsó un programa decorativo y constructivo con claras inspiraciones árabes. Las obras realizadas por Enrique IV en el Alcázar de Segovia no solo mejoraron la funcionalidad y la seguridad del castillo, sino que también dejaron un legado artístico y cultural que, si bien se vio tremendamente afectado por el incendio de 1862, fue recuperado y reconstruido en la restauración posterior.
Aunque el Alcázar era la sede de su corte, la obra del monarca se extendió a otros puntos de la ciudad. Fue el promotor de dos de los principales monasterios de la ciudad, el del Parral y el de San Antonio el Real, y mandó construir su palacio privado en San Martín. Es esta última obra en la que hoy quiero centrarme.
El monarca, al que no le atraía mucho solucionar los problemas del reino, buscó un espacio en la zona alta de la ciudad en la que construir su palacio y así evadirse de la vida cortesana. Un gran complejo que abarcaba la manzana que hoy se extendería entre las calles del cronista Ildefonso Rodríguez, Arias Dávila y Gobernador Llasera, y las plazas de los Espejos y la Reina Doña Juana. Este palacio que abarcaba unos 6000 m2 de superficie contaba con dos zonas diferenciadas. La zona más amplia, situada al oeste, era la casa del rey. Actualmente el espacio está ocupado por el museo de arte contemporáneo Esteban Vicente, las viviendas situadas en la calle Arias Dávila, el conocido como edificio de Telefónica y el mercado municipal de los Huertos. La casa de la reina, la parte oriental del palacio era de menores dimensiones y ocupaba la parte de la manzana que se distribuye entre las plazas de los Espejos y la Reina Doña Juana. Ambas casas estaban separadas entre sí por el denominado corral de los leones, donde Enrique IV tenía un elenco de animales de lo más variopinto.
En este palacio privado Enrique IV desplegó todo su gusto por el arte mudéjar y sus ricas yeserías y artesonados bien estudiados y conocidos por nuestro cronista oficial Antonio Ruiz Hernando. Aquí fijó el monarca su residencia desde 1567 junto a su esposa Doña Juana. Tras su muerte, pasó a diferentes familias nobles y comenzaron sus innumerables reformas y divisiones. Así, por ejemplo, en el siglo XVI se convirtió en el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción. Las divisiones y venta de las diferentes partes provocaron a lo largo del siglo XIX y XX la desaparición de gran parte de la casa del rey, conservándose actualmente una parte en lo que es el actual museo Esteban Vicente y en el edificio de viviendas situado en la calle Arias Dávila, donde es posible ver dos ventanas geminadas con la decoración mudéjar tan característica del palacio.
Es la casa de la reina, cuya fachada se abre a la plaza de la Reina Doña Juana, la que conserva gran parte de su estructura original. Aunque ha sufrido reformas a lo largo de estos cinco siglos, se mantienen en pie tres de sus fachadas. El edificio que se organiza en torno al patio central, con dos alturas, conserva gran parte de las yeserías y forjados originales.
Si en el siglo XV este edificio era una auténtica joya Real, ahora no es más que un edificio en ruina “real”. Recordemos que, en el año 2006, por iniciativa de la entonces consejera de cultura, Silvia Clemente, se expropió este inmueble a sus propietarios. El objetivo era evitar que se convirtiera en viviendas y destinarlo a ampliar las instalaciones del museo de arte contemporáneo Esteban Vicente. Una expropiación forzosa que costó 3,5 millones de euros después de varias valoraciones y sentencias judiciales.
Pues bien, casi 20 años después, la propiedad del edificio, que no es otra que la Junta de Castilla y León, sigue sin decidir el uso del inmueble. Evidentemente no se materializó la ampliación del museo Esteban Vicente, tampoco se desarrolló otro proyecto como era el museo de ingeniería romana que también se planteó en otro momento dado. Desde entonces solo se ha realizado una actuación urgente de consolidación de la ruina en el año 2013 por un valor cercano a los 500.000 €.
Recordemos que el edificio es Bien de Interés Cultura, el nivel más alto de protección definido por la legislación en materia de patrimonio cultural. Ahora mismo la ruina está estable, pero sigue siendo una ruina y su propietaria es precisamente la administración con competencias exclusivas en patrimonio cultural. En 2023 se presentó el proyecto de restauración a una de las convocatorias de fondos europeos del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, pero no resultó beneficiario de tales ayudas.
Llegados a este punto ¿No sería idóneo aprovechar esta fecha señalada para diseñar un proyecto que de por fin un uso al edificio? Las opciones son varias, no necesariamente deben pasar solo por la ampliación del museo Esteban Vicente. Bien podría abrirse el debate entre las tres administraciones implicadas, la Junta de Castilla y León, la Diputación provincial y el Ayuntamiento de Segovia. Diseñar un proceso participativo en el que incluso a través de un concurso de ideas se busque, por fin, el uso óptimo para el inmueble y se aborde de una vez por todas su rehabilitación completa para abrirlo al disfrute de los ciudadanos. Lo que está claro es que la ruina debe volver a recuperar la gloria Real que le dio Enrique IV.
Clara Martín