Un paseo por la ineptitud

O cómo el “maravilloso” Paseo de la Navidad de José Mazarías se convirtió en una historia de fantasía jurídica, despilfarro público y decretazos sin ton ni son.

Hay tradiciones navideñas que reconfortan: el turrón, el reencuentro con la familia, los anuncios de colonias imposibles… y, por supuesto, el ya clásico “despilfarro institucional a costa del contribuyente”. En Segovia, gracias al alcalde José Mazarías y su concejala de Turismo, Milagros Escobar, hemos elevado esta última a la categoría de arte conceptual o rocambolesco porque, por desgracia, todo salió mal: robos en casetas, barro, vandalismo, churrería en llamas, coche de exposición robado por vigilante sin carné, y un camión destrozando la cornisa de un edificio como traca final.

Todo empezó como empiezan las grandes epopeyas: con una idea luminosa del alcalde (nunca mejor dicho). Mazarías, encandilado con la brillante ocurrencia de convertir el Paseo del Salón en el epicentro navideño de Segovia, decidió que ese año el mercadillo no estaría en la Plaza Mayor. No, eso sería demasiado convencional, demasiado eficaz… demasiado legal.

La alternativa fue un “Maravilloso” Paseo de la Navidad que ha pasado a la historia no por su éxito, sino por su capacidad para generar informes, sospechas, facturas sin contrato y churros incendiarios.

Según todos los informes técnicos (y la lógica más elemental), cualquier adjudicación de servicios públicos debería someterse a licitación, con publicidad, concurrencia y esas cosas aburridas que garantizan transparencia. Pero claro, cuando uno tiene una visión (divina, suponemos), esas minucias sobran.

Mazarías y su equipo justificaron que no hacía falta licitar porque, oh casualidad, solo una empresa mostró interés: la misma que el año anterior organizó el mercadillo. ¡Qué suerte! ¡Qué conveniente! ¡Qué poco transparente! Reuniones, llamadas y cafés sustituyeron la publicidad en el perfil del contratante. Y así, el suelo público de todos los segovianos, fue cedido como si se tratara del salón de su casa, con alfombra roja incluida y cánticos de bienvenida al mas puro estilo de Lina Morgan.

El Consejo Consultivo de Castilla y León ha sido rotundo y nos ha dado la razón: se vulneró la Ley de Procedimiento Administrativo Común. Es decir, adjudicación “a dedo”, con mayúsculas y luces de Navidad.

La gran ausente —de responsabilidades, se entiende— es Milagros Escobar. Milagros…pero no de los buenos. La concejala de Turismo y verdadera artífice de este desaguisado navideño. Su papel ha sido fundamental: desde organizar reuniones en la sombra con empresas para “ver si alguna quería” (spoiler: solo una quiso, y ya lo había hecho antes), hasta asumir sin rubor los “deseos” del promotor, que más que negociar con el Ayuntamiento parecía dictar condiciones al mismísimo Rey Mago Mazarías.

Y ahí sigue Milagros, como si nada. Ni una dimisión. Ni una disculpa. Ni una explicación coherente. Es más, el PP, que en la oposición exigía dimisiones por errores en la tramitación de contratos, ahora guarda silencio. Porque, ya se sabe, el principio de coherencia política al PP le caduca cuando Mazarías se sienta en el sillón de alcaldía.

El adjudicatario, al que le tocó el premio gordo sin jugar el sorteo, no solo se llevó el suelo público sin tasa alguna. También logró que el Ayuntamiento pagara la luz, la seguridad privada, la decoración, los accesos, y hasta la reparación de casetas. Según el Consejo Consultivo, como mínimo, el agujero asciende a 22.786,07 euros. Según el grupo municipal socialista, el montante total ronda los 58.000. Todo sin contrato. Todo por convalidación de facturas. Todo muy legal… en un universo paralelo.

La gestión fue tan desastrosa que hasta se produjo un incendio en una churrería instalada sin informes ni autorización en la plaza de San Martín, junto a un edificio protegido. Dos personas heridas, un expediente que no aclara nada y un equipo de Gobierno que, en lugar de pedir responsabilidades, se limitó a calificarlo de “accidente laboral”. No está mal para una churrería fantasmal, de esas que aparecen sin permiso y que ni si quiera desaparecen tras una explosión.

Este nivel de autoindulgencia solo se explica en alguien que ha confundido el Ayuntamiento con un taller de arte performativo. Porque lo que se ha representado aquí no es una Navidad cualquiera, sino una farsa con actores mal dirigidos, presupuesto desbordado y guion basado en hechos ficticios.

Nos encontramos en ese momento de la película en el que todos los ciudadanos contenemos la respiración. El Consejo Consultivo ha hablado: vulneración de la Ley 39/2015, nulidad de pleno derecho del decreto del 22 de noviembre de 2023, y obligación de reclamar el dinero al empresario.

Y mientras tanto, el PP sigue haciendo oídos sordos. Porque conviene recordar que, en el mandato anterior, bastaba un error técnico administrativo para pedir la cabeza de una concejala. Ahora, con un rosario de irregularidades, no solo se vulnera la ley y se despilfarra el dinero público, se nos dice que “agua pasada no mueve molino”.

Pues no, señor Salamanca, sí lo mueve. Lo mueve cuando esa agua se lleva por delante la credibilidad del Ayuntamiento. Lo mueve cuando el dinero público acaba en bolsillos privados por decisión política. Y lo mueve cuando la ciudadanía ve que en Segovia hay dos varas de medir: una para los contribuyentes, y otra para los empresarios amigos del Ayuntamiento.

Quedan por ver muchas cosas: si se reclamará el dinero. Si el empresario pagará la tasa que nunca se giró. Si el trenecito volverá a circular por decreto. Pero, sobre todo, si el PP tendrá la decencia política de hacer lo que tanto exigió antaño: pedir el cese de la concejala de Turismo por vulnerar la ley y gastar dinero público en beneficio de un empresario privado.

A la espera de ver si alguien devuelve algo (dinero, dignidad, facturas…), solo cabe decir que esta historia es digna de figurar en el catálogo de despropósitos municipales de este mandato, y quien sabe si puede derivar en los tribulaes.

Porque, como dijo Dickens, “cada vez que oigo hablar de espíritu navideño en boca de un político, me echo mano a la cartera”.

Clara Martín 

 

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