Antes que nada. Hace algunos años leí en una novela una referencia a la “reunión de Apalachin (Nueva York)” que me interesó. Fue una macro reunión de la mafia americana que terminó en redada policial. Escribo esto antes de que se celebre y ustedes lo leerán después. Este fin de semana el socialismo español habrá tenido su “Apalachín”, en Sevilla. Parece que Ábalos y Aldama no asistirán por problemas de agenda, Delcy Rodríguez parece que tampoco por problemas con su maleta. Pero “el uno” “el cobarde” y “la sota” sí que estarán, en sus tronos de cartón. Y reptando por el suelo, se verá al ex, a la serpiente que se tragó a bamby. Guardarán un minuto de respetuoso silencio por Valencia. Respetuoso no sé, pero mentiroso y cínico seguro. Su comportamiento de estrategia política al grito de “si necesitan algo que lo pidan”, su inacción, tiene gran parte de culpa en todo lo que ha pasado. Aquí no habrá redada, habrá manteo del capo Don Pedrone. A alguno le retirarán el comedero, las purgas han empezado. Ya le queda menos, tic-tac, tic-tac. Vita pergit.
Soy de los que piensan que desde hace muchos años estamos en crisis creativa en el mundo de la narrativa. Creo que las mejores novelas de mi vida ya las he leído y espero equivocarme. Digo que hay crisis de creatividad porque cada vez abundan más las biografías, autobiografías, novelas “basadas en hechos reales”, obras resultado de la investigación de los orígenes de su familia, etc. Eso no quiere decir que no las haya buenas, muy buenas. Con este panorama se agradece cuando alguien escribe algo distinto, algo nuevo, algo creativo, imaginativo. Al fin y al cabo el novelista debe inventar historias.
Y en estas estamos, cuando te enteras que se ha publicado un libro que se llama “La última frase” y que va de alguien que ha escrito sobre los finales de libros. Y no es un ensayo, es una novela. O eso piensas al principio. Y te compras el libro. Pequeño. Ya en casa te das cuenta de que está mal impreso, la portada es la contraportada y al revés. Estoy deseando empezar a leer el libro.
Muy al principio, el editor dice “nos llegó la propuesta de poner la contraportada del libro delante y la portada al final, de modo que el título quedara como última frase, a mí me dio mucha inquietud, pero a Camila le encantó, así que la aceptamos”. Enigma resuelto.
Su autora es Camila Cañeque y me da por “googlear” y buscar algo de ella. Y todo se vuelve fantástico, en el sentido de increíble, de alucinante. La autora es una artista de 39 años. El libro se publicó en la editorial segoviana “La Uña Rota” en marzo de este año. Leo que Camila es una artista que se ha dedicado toda su vida a hacer perfomances, montajes escénicos, actuaciones personales, pero todo muy reivindicativo siempre. Parece que estuvo un mes entero de agosto en un aeropuerto viendo y tomando notas de cómo se despedía la gente. Filosofando. También dicen que estuvo un tiempo de taxi en taxi, sin pisar apenas el suelo. Filosofando. Saltó a la fama mediática en ARCO de 2013 cuando, sin permiso para hacerlo, vestida de gitana se tiró al suelo de la feria boca abajo y con el libro “El romancero gitano” de Lorca en la mano con varias hojas desprendidas y rodeada de pétalos de flores rojas, como sangre. Quería mostrar, al parecer, un agotamiento de todo, del arte, de las industrias, del sistema en general. Filosofando. Y llevaba muchos años con el “vicio” de leer antes de nada, el final de los libros, la última frase, desde el último punto. Y las apuntaba, o las memorizaba o las fotografiaba y las guardaba. Su pasión le llevó a tener miles de “últimas frases”. Las ordenó de muchas maneras, seleccionó las que creyó más interesantes y… la idea de un libro empezó a tomar forma. Comentó todo aquello, pensó e hizo filosofía con todo ello. El resultado fue un libro. Texto suyo, con las “últimas frases” intercaladas y numeradas y al final, una relación con ese número y con el libro del que están sacadas.
Y en febrero de este año se murió, cuando dormía en su cama, de muerte súbita, embarazada de su primer hijo. No llegó a ver su primer libro publicado ni a su primer hijo. Se murió un 14 de febrero, día de los enamorados. Era su primer libro y jamás le verá en las librerías, parecería que como artista conceptual que era, con un gran dominio de la performance como había demostrado, parecería, digo, que había puesto el colofón a su gran proyecto, un proyecto extremo con un final extremo también. Una última frase viene muy bien aquí, Víctor Hugo termina una de sus novelas con “la muerte le llegó sencillamente, como llega la noche cuando se marcha el día”.
Hay más. La última frase del Ulises de Joyce es un monólogo de Molly, para algunos la última frase más extenuante de la historia de la literatura, que tiene unas 22.000 palabras, las mismas, sí, las mismas que el libro entero “La última frase”. Y más. La primera “última frase” que cita en su libro es “amén” que es la última frase de la Biblia. Y la última “última frase” que cita es “vale” que es la última frase del Quijote. ¿No es todo maravilloso?
¿Qué es esto? No sé. Difícil de encajar en un género. Alguien ha dicho que es una “instalación literaria”. Es un relato. Un duelo de voces entre el texto propio de la autora y las 452 frases finales de libros que trata. Hay humor. Es filosofía, mucha filosofía. Es un ensayo, una investigación personal. UNA EXQUISITEZ.
Primero leí el libro todo seguido, sus textos y cada vez que había una “última frase” yendo al final para ver a qué libro pertenecía. No me centraba en la lectura con tanto ir y venir. Hice una segunda lectura de sólo el texto de ella y vale, me resultó atractivo. Y después, leí todas las “últimas frases” seguidas y bueno, había algunas interesantes. Dejé pasar unos días y ya sabiendo todo lo que les he contado, volví a leerlo. Y todo cuadraba. Todo explotó, floreció, apareció.
No puedo decirles más. Léanlo. No me pregunten por qué, no lo sé. Léanlo, por favor, las veces que hagan falta. Hasta que entiendan de qué va este maravilloso libro. Por supuesto en un libro de verdad, de papel, el digital no es un libro, es otra cosa. Al menos es lo que a mí me parece.
Heliodoro Albarrán