Antes que nada. Estos días estamos conociendo algo que ya imaginábamos, que el pacto del gobierno social-comunista con Bildu, entre otras cosas, incluía la cesión de la gestión del mundo carcelario. Y también el descontar las penas cumplidas en el extranjero, que se aprobó en una ley tramposa dentro de otra, como siempre. Y está pasando lo previsto, puesta en libertad de presos asesinos, concesiones de tercer grado a otros también asesinos, con condenas enormes… y ¡a la calle!. Con homenajes incluidos en sus pueblos. Y el PNV callado, como decía Arzalluz “otros mueven el árbol y nosotros cogemos las nueces”. Esto se llama indulto encubierto a asesinos etarras y todo para que el dictador, el mafioso, el cobarde, siga siendo presidente. Sólo por eso. Y los socialistas apoyándole, tragando, levantado el puño y cantando “la internacional” en los mítines. Todo muy casposo y revanchista. Son culpables igualmente, el dictador sin apoyo no podría hacer nada. Vita pergit.
El 20 de enero de 1982, en el diario El País se publicó una columna de Gabriel Garcia Márquez titulada “Los 166 días de Feliza”, con la maestría habitual del más grande, y que comenzaba así: “La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10,15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París. El diario El Tiempo de Bogotá, dio la noticia en primera página en su edición del domingo. Y explicó a sus lectores, en tres líneas, por qué la escultora no estaba en Colombia: “Feliza había viajado hacía dos meses a París en compañía de su esposo, y antes había estado varias semanas en Méjico”. Nada más. Pero al día siguiente apareció una nota editorial firmada por el director …..”
Y luego Garcia Márquez cuenta los 166 días que vivió exiliada en casa del propio Gabo en Méjico. Y cuenta su periplo vital hasta su exilio forzoso.
Al final de la columna de García Márquez, narra cómo ese viernes 8 de enero y tras volver de un viaje a Barcelona, Gabo y su mujer Mercedes invitan a cenar en un restaurante a Feliza y su marido y a otro matrimonio. Y sigue Gabo: “Era una noche glacial de este invierno feroz y triste y había rastros de nieve congelada en la calle, pero todos quisimos irnos caminando hasta un restaurante cercano. Feliza, sentada a mi izquierda, no había acabado de leer la carta para ordenar la cena, cuando inclinó la cabeza sobre la mesa, muy despacio, sin un suspiro, sin una palabra ni una expresión de dolor y murió en el instante” Como había dicho al principio, de tristeza.

Algunos años después, en 1996, Juan Gabriel Vásquez, un extraordinario escritor colombiano, estaba leyendo un libro de Garcia Márquez recopilatorio de sus columnas y colaboraciones periodísticas. Y leyó esta columna. Y él, que no conocía de nada a Feliza, y maravillado por lo contado por Garcia Márquez y sobre todo por el comentario de “murió de tristeza”, se preguntó si una persona puede morir de tristeza y, sobre todo se empezó a preguntar sobre quién era Feliza Bursztyn. Y ahí empieza una maravillosa aventura, la de investigar durante más de 20 años al personaje, a fondo, implicado hasta el punto de, por ejemplo, matricularse en una escuela donde ella estuvo para sentir lo mismo, hablando con personas que la conocieron y sobre todo con su último marido Pablo Leyva.
Y va reconstruyendo su vida, hija de polacos, judíos, exiliados y siempre de izquierdas, contestataria. Su abuelo Isaac, rabino, había muerto en un campo de concentración. Como artista, se empeñó en transformar chatarra, tornillos, arandelas, tubos, latas, etc., en obras de arte. Y lo consiguió. Y triunfó. Y revolucionó los conceptos de la escultura de su tiempo.
En la novela hay páginas tristes como cuando su padre, no entiende la fuga de su hija a París y “la da por muerta” y organiza un funeral judío con todas las de la ley, con un féretro vacío, sin cadáver, como si Feliza hubiera muerto.
Siendo niña aún se produjo en Colombia el asesinato del líder liberal, Jorge Eliécer y la casi guerra civil posterior. Sus padres, para protegerla, la enviaron a Estados Unidos y ahí empezó su carrera artística. Se casó por primera vez, tuvo tres hijas, volvió a Colombia, se divorció porque el marido no soportaba su vida un tanto bohemia, se emparejó con un hombre casado, que murió en un accidente. Hasta que conoció a Pablo Leyva con el que vivió hasta su final.
Una vida complicada, siempre huyendo, como un personaje kafkiano, retenida, interrogada sin saber de qué la acusaban. Y huyó, hacia un exilio eterno. Hasta que la llegó la muerte “de tristeza” y su marido consiguió enterrarla en Bogotá, como era su deseo.
Termino con una opinión personal que me ha suscitado la lectura de esta novela. Porque es una novela y como dice el autor en una entrevista, se escriben novelas sobre personajes reales para contar lo que no puede contar una biografía, un libro de historia e incluso una buena crónica. Y esto es “Los nombres de Feliza” una obra que une la biografía, la realidad contada por los testigos y la imaginación creativa del autor, dando lugar a una ficción desgarradora de un ser humano arrollado por las fuerzas de la historia y el poder político. Todo con una prosa elegante, con unos personajes complejos pero inolvidables. Y al final, transmitiendo más verdad que la historia misma.
Una novela muy recomendable, de un grandísimo escritor, del que dicen que es el sucesor de Gabriel Garcia Márquez, cosa imposible, un escritor del que este es el quinto libro que he leído y está entre mis preferidos de los escritores hispanoamericanos actuales. Descúbranle, lean esta magnífica novela, como siempre en un libro de verdad, en papel, el digital es otra cosa. Al menos así me lo parece.

Heliodoro Albarrán
