500 años de piedra y pueblo

Desde cualquier rincón, la Catedral de Segovia se visualiza como un monumento mayúsculo e imponente. Corona nuestra ciudad desde todos sus perfiles, como si custodiara no solo nuestras calles, sino también nuestra historia y recuerdos compartidos.  Este año celebramos su 500 aniversario, y más allá de los actos conmemorativos, conviene detenerse un momento y reflexionar sobre lo que realmente significa.

La Catedral no es solo un edificio. Es un símbolo de esfuerzo colectivo, de una comunidad que, tras ver dañada su antigua catedral durante las revueltas comuneras y ante el temor regio de que estas se volvieran a replicar junto al Alcázar, decidió volver a levantar piedra a piedra el monumento que hoy admiramos, la última catedral gótica de nuestro país. Es un templo que no fue obra de reyes ni capricho de mecenas: fue el fruto del trabajo y la voluntad de los segovianos y segovianas de aquel tiempo. Gremios, canteros, carpinteros, albañiles, vecinos… todos participaron en una empresa que sabían que no verían terminada, pero que asumieron como un deber con el futuro.

Y ya entonces, antes incluso de que se terminaran las naves al completo, Segovia dio un ejemplo adelantado a su tiempo: el claustro de la antigua catedral fue desmontado y trasladado piedra a piedra hasta su nuevo emplazamiento. Fue un gesto extraordinario, no solo de ingeniería, sino de conciencia patrimonial.
Una decisión que nos habla de respeto, de memoria y de voluntad de preservar el legado recibido, y también, hay que reconocerlo, porque esto suponía un ahorro importante para la nueva obra. Hoy diríamos que fue la primera actuación de “puesta en valor”, aunque entonces no sabían que había que licitarlo en lotes y colgarlo en la Plataforma de Contratación del Estado.

Esa historia de compromiso no es un caso aislado. Ahí está el Acueducto, desafiando siglos, sosteniéndose gracias al respeto que generación tras generación ha tenido hacia él. O el Alcázar, convertido en emblema de la ciudad tras innumerables transformaciones, restauraciones y cuidados, desde épocas imperiales hasta nuestros días.

Y ese cuidado no solo es institucional. Está en el orgullo con que los segovianos hablamos de nuestro patrimonio. En cómo lo enseñamos a quienes nos visitan, en cómo lo compartimos en redes sociales, en cómo se nos llena el pecho cuando vemos el Acueducto, la Catedral o el Alcázar en una serie, en un informativo o en una película. Nos reconocemos en esa piedra, en esa historia, en esa silueta.
Sentimos Segovia a través de su pasado, y lo vivimos como parte de nuestra identidad cotidiana.

Ese es el verdadero legado que conmemoramos: el valor del compromiso a largo plazo, la conciencia de que el patrimonio no se hereda, se construye. Y se construye y mantiene cada día.

Hoy, siglos después, seguimos siendo responsables de esa herencia. Porque el patrimonio cultural no se mantiene por inercia. Se cuida, se gestiona, se estudia, se transmite. Y exige lo mismo que entonces: inversión, conocimiento, colaboración institucional, participación ciudadana y, sobre todo, visión de futuro.

El patrimonio monumental de la ciudad no está en pie por casualidad: lo está porque Segovia ha sabido defender lo que la hace única. Pero el patrimonio no se cuida solo con orgullo, ni con nostalgia de postal. Hace falta acción, presupuesto, gestión y compromiso real. Y sí, también hace falta exigirlo.

Lo contrario es caer en la tentación de tratar el patrimonio como un decorado, como un bien turístico más, como algo que sirve solo si se puede monetizar en el corto plazo. Pero una ciudad que solo mira su patrimonio con fines promocionales corre el riesgo de convertirlo en una postal hueca. Y Segovia merece mucho más que eso.

La defensa del patrimonio cultural no es una opción secundaria, sino un eje central de cualquier política pública seria. Porque el patrimonio es identidad, es memoria, es economía, es empleo, es cohesión social. Es una manera de entender el tiempo, de dialogar con quienes vinieron antes y con quienes vendrán después.

La Catedral, con sus 500 años, el Acueducto con sus casi dos milenios, el Alcázar con su historia de siglos, nos interpelan. Nos recuerdan que Segovia no se ha levantado en un día, ni se sostiene sola; que el legado que hoy admiramos es fruto de generaciones que entendieron que la cultura es un bien común, no un lujo; que lo público debe ser defendido con rigor, no con indiferencia.

Que esta celebración sea, por tanto, algo más que una efeméride. Que sea una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con el patrimonio, no como algo del pasado, sino como un proyecto de futuro. Porque una ciudad que cuida su historia, construye su porvenir con sólidos cimientos, como los de una Catedral.

Clara Martín 

Un comentario sobre “500 años de piedra y pueblo

  1. Lo que dice Clara Martín, lo encuentro totalmente coherente.
    Yo soy nacido Segovia ciudad, allá por el año de 1941, aunque va para 25 años que, junto con mi esposa, decidimos trasladarnos a Basardilla tras construirnos una casa.
    Siempre me ha gustado mi ciudad y dentro de ella mi barrio de San Esteban con su hellisima torre.
    También se de su larga y gran historia y de lo que tuvieron que sufrir nuestros antepasados que vieron reducir considerablemente su territorio a los actuales límites.
    En fin, cosas del destino.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *