Segovia cumple 40 años como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. No se trata solo de una efeméride: es un examen colectivo. En estas cuatro décadas hemos demostrado, como ciudad, que la defensa del patrimonio no es una tarea ornamental, sino una responsabilidad estructural que afecta a cómo vivimos, cómo nos movemos, cómo planificamos y cómo legislamos. Quienes habitamos el recinto amurallado lo sabemos bien: convivimos con un patrimonio que no puede gestionarse como un recurso inagotable ni como un mero reclamo turístico. Y es precisamente esa convivencia diaria la que obliga a exigir rigor, planificación y visión.
La historia reciente de Segovia confirma que cada avance en materia de conservación ha sido fruto de decisiones valientes. La declaración del Acueducto como Monumento Nacional en 1884, el impulso ciudadano que condujo al reconocimiento de la UNESCO en 1985 o medidas como el corte del tráfico bajo los arcos del Acueducto y la consolidación de áreas peatonales en la Plaza Mayor son ejemplos de una tradición cívica que supo anteponer el interés general a la comodidad inmediata. Segovia ha sido siempre una ciudad capaz de aceptar cambios difíciles cuando estos garantizan la preservación de su identidad.
Durante 20 años de gobiernos socialistas, esa tradición se transformó en política pública estructurada. La restauración continuada de la Muralla, la rehabilitación de entornos históricos como la Judería o las Canonjías, la puesta en valor del patrimonio arqueológico, la mejora de calles y plazas del casco histórico o la apuesta por un modelo de movilidad compatible con la conservación no fueron decisiones aisladas: respondían a una idea de ciudad basada en el equilibrio entre habitabilidad, uso social y preservación del valor universal excepcional que nos distingue. Segovia era consciente de que solo un casco histórico vivo, habitado y cuidado podía aspirar a un futuro sostenible.
En ese marco se elaboró el Plan de Gestión de la Ciudad Vieja de Segovia y su Acueducto, una herramienta imprescindible para cumplir con los compromisos asumidos ante la UNESCO. El plan no es un formalismo técnico, sino la hoja de ruta que establece cómo debe gestionarse la ciudad histórica: desde la movilidad, la vivienda y el turismo hasta la conservación preventiva y la protección del paisaje urbano. Su correcta aplicación debería ser una garantía de estabilidad, coherencia y responsabilidad. Y, sin embargo, en los últimos años estamos asistiendo a una preocupante tendencia a relegar esta planificación a un segundo plano.
Es necesario decirlo con claridad: gestionar un sitio Patrimonio Mundial no es lo mismo que gestionar un destino turístico. Y aquí surge la crítica —velada pero inevitable— a la orientación actual del gobierno del PP. Se ha priorizado una política centrada casi exclusivamente en atraer turistas, sin una estrategia global que contemple la capacidad de carga del casco histórico, el impacto en la vida vecinal, el equilibrio comercial o la preservación del paisaje urbano. La promoción sin control no es un modelo; es un riesgo. Y un riesgo mayor en una ciudad cuyo valor depende precisamente de su fragilidad.
El patrimonio sufre cuando se le exige más de lo que puede soportar. Sufre cuando las decisiones se toman desde la inmediatez, cuando se reduce la planificación técnica, cuando se debilita la regulación o cuando se antepone la cantidad de visitantes al bienestar de quienes viven aquí. Un sitio Patrimonio Mundial no puede gestionarse a base de improvisación, ni de eventos, ni de campañas de impacto rápido. Necesita continuidad, inversión y una dirección política que comprenda que la sostenibilidad no es un concepto abstracto, sino un requisito para asegurar que Segovia siga siendo Segovia.
La investigación y la conservación son pilares de ese modelo sostenible. No son un lujo académico. Son la garantía de que podamos seguir protegiendo lo que heredamos y, sobre todo, de que tengamos algo sólido que ofrecer a quienes vendrán detrás. La ciudad que hemos recibido no es nuestra propiedad: es un legado que debemos transmitir en las mejores condiciones posibles. Eso exige proteger el espacio público, preservar la habitabilidad del casco histórico, asegurar un comercio diverso, evitar decisiones que degraden el paisaje urbano y, por supuesto, cumplir con el Plan de Gestión con el rigor que nos obliga la UNESCO.
Celebrar este 40 aniversario implica reconocer todo lo logrado, pero también advertir de lo que está en juego. Cada retroceso en la gestión patrimonial tiene consecuencias. Cada relajación normativa deteriora lo que tanto ha costado proteger. Y cada apuesta turística sin planificación pone en riesgo la esencia misma por la que el mundo reconoce a Segovia.
Si queremos que dentro de otras cuatro décadas esta ciudad siga siendo un referente internacional —una ciudad histórica viva, habitada, coherente y respetada— debemos recuperar una visión de futuro basada en la responsabilidad, no en la improvisación. Necesitamos políticas públicas firmes, técnicas y valientes; instituciones que entiendan que el patrimonio no se gestiona con titulares; y una ciudadanía que siga defendiendo, como siempre ha hecho, lo que nos define.
El patrimonio no es un recurso comercial. Es una obligación. Y Segovia no puede permitirse retroceder ahora.
Clara Martín
