“Tradicionalmente es, ya de por sí, complicado entregarse a las palabras en la celebración de la entrega del Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma que, cada año, desde hace treinta y tres, otorga esta Diputación”, comenzaba esta mañana su intervención el presidente de la institución provincial, Miguel Ángel de Vicente, en la entrega de la trigésima tercera edición del galardón, para continuar argumentando lo “aún más difícil” que resulta realizar una intervención adecuada a la relevancia en la literatura y la vida intelectual española del premiado: Luis Alberto de Cuenca.
El escritor, filólogo y traductor recogía de manos del presidente el reconocimiento, dotado de 10.000 euros, por su poemario ‘El secreto del mago’, un libro del que De Vicente destacaba sus versos llenos de “tiempo pasado”, de “nostalgia” y de “días menos” –haciendo alusión a uno de los versos escritos en el poemario- y que el propio Luis Alberto de Cuenca reconocía haber escrito desde el poder de la inspiración y las musas, y no partiendo de la idea de escribir un libro con un sentido conjunto.
“Es un poemario típico mío, con varias voces; más trágica, más cómica, más profunda, más superficial que se alinean todas en este libro”, reconocía Luis Alberto de Cuenca, quien en sus palabras recordaba la influencia que Jaime Gil de Biedma y Antonio y Manuel Machado han tenido en su escritura, y admitía que ‘El secreto del mago’ “obedece a una querencia antigua mía que era ganar este Premio Jaime Gil de Biedma de Poesía”.
“Me atrevería a decir que su gran truco, su gran ilusionismo, su gran magia es que nos confronta con la gran misión que tenemos todos los seres humanos que vivimos en este planeta azul, que es resucitar cada día; lograr, a través de la palabra, una resurrección constante” apuntaba, por su parte, Juan Manuel de Prada, coordinador de un jurado que, con la colaboración del prejurado, liderado por María Antonia de Isabel Estrada, escogió ‘El secreto del mago’ como el mejor poemario entre un total de 547; cifra que la Diputación espera volver a triplicar, después de haber revisado las bases para la trigésima cuarta edición del Premio, cuyo plazo de presentación de trabajos sigue abierto hasta el próximo 1 de abril.
Para De Prada, el poemario escrito por Luis Alberto de Cuenca, que “prueba los metros populares, los metros cortos y, junto a ellos, poemas donde la infancia y la vejez se anudan, siempre teniendo presente el amor”, es “un libro lleno de vida y en donde se vive la vida como un puro milagro; ese ilusionismo está presente en todos los poemas. Tiene la alquimia de la palabra poética que nunca es rimbombante, que nunca es excesiva”. El trabajo, que consta de treinta y cinco poemas, incluye, además, uno dedicado al editor Jesús Visor, presente en el acto y parte fundamental del Premio Jaime Gil de Biedma, vistiendo cada año a los libros galardonados “de negro Visor”, como señalaba Miguel Ángel de Vicente, quien, comentando que el “galardón está cargado de ilusionismo”, se refería a “esa sensación de escapismo que es capaz de causar cualquier conjunto de páginas” publicadas bajo la colección más importante y prestigiosa en castellano de este género literario.
“Uno se pone a leer y logra desaparecer entre símiles y metáforas; más aún, cuando, como sucede en el caso de ‘El secreto del mago’ y ‘La aguja incandescente’, esa desaparición se produce constantemente en el tiempo”, afirmaba Miguel Ángel de Vicente, felicitando también por su accésit, dotado de 3.000 euros, a Amalia Martínez Muñoz, autora de ‘La aguja incandescente’, un libro en cuyo caso el tiempo está lleno “de esperanza que duerme en lo oscuro, de eneros que se abren a un nuevo calendario y de instantes que son un principio”, citaba Miguel Ángel de Vicente de diversos poemas escritos por la escritora y profesora jiennense.
De ‘La aguja incandescente’ De Prada no dudaba en señalar que se trata de un libro de una “sutileza, de una hermosura sencilla ligada a las impresiones, a esos jirones de la vida que uno logra rescatar del tiempo” y argumentaba que, a través de “una poesía muy aparentemente sencilla, pero con una dicción extraordinaria, hace que esos pasajes evocados, esos momentos rescatados, se hagan presentes y cobren una vida nueva que nos obliga a hurgar en nuestro propio tiempo”.
Por su parte, la autora agradecía a la Diputación la existencia y conservación del Premio y afirmaba parecerle “milagroso que, entre todos los poemarios que se presentan, haya sido elegido el mío”. “Para mí el premio gordo es poderlo publicar”, señalaba Amalia Martínez Muñoz, haciendo hincapié en que “la poesía es una mirada que se hace palabra, que hace un recorte de lo real, un zoom, y lo convierte en palabra para compartirla”.
De este modo, con la intervención de la merecedora del accésit, las palabras de Juan Manuel de Prada instantes antes cobraban más sentido que nunca: “Hemos logrado que el Premio siga siendo un faro para los poetas que empiezan y también esa hoguera que sigue manteniendo encendida la vocación poética de otros como nuestro ganador este año”.