Hoy les voy a comentar un libro especial, un libro que requiere un poco más de esfuerzo al leerlo, esfuerzo de concentración, de atención. “La vida pequeña” es un proyecto de tres libros, de los que el primero es “El arte de la fuga” que voy a intentar resumirles, decirles de qué trata y convencerles de que merece la pena el esfuerzo de su lectura. José Ángel González Sainz es un soriano, filólogo y que, tras residir en varias capitales españolas e italianas, ahora vive en su Soria natal. Tiene una obra muy corta, ha escrito un puñado de libros de una hondura y una maestría que es una pena que no se prodigue más. “Un mundo exasperado” y “Volver al mundo” me dejaron un recuerdo agradabilísimo, un poso de una literatura de otro nivel, de un autor ejemplar, como se dice en las solapas del libro, son obras de orfebre. Auténtica orfebrería del lenguaje y de los pensamientos, casi de un escritor de otra época.
En la propia contraportada del libro ya se anticipa que es un libro, una suerte de dietario, un cuaderno de bitácora, compuesto por breves textos íntimos en busca de un nuevo modo de mirar y vivir. Pero no se asusten, no es un tratado de filosofía, tampoco es un libro de autoayuda. “Es como una caja de píldoras meditativas o un collar de cuentas que se pueden leer hiladas desde el principio o incluso sueltas, al azar”. Está escrito, dice el autor, tras el cataclismo de la pandemia “una cosa tan pequeña como un virus, un bichito tan minúsculo que ni siquiera podemos verlo a simple vista, ha podido con un mundo tan grande, lo ha tumbado y puesto patas arriba”. Pensábamos que estas cosas se producían en otras latitudes o habían pasado en otras épocas. A nosotros, ahora, no era posible. Y no nos dimos cuenta, estábamos aturdidos, ciegos, entontecidos de narcisismo y banalidad, despilfarrando años buenos, buenos recursos, buenas energías.
En este libro se reivindica “tomarse la vida”, una vida pequeña que vuelva a conjugar tiempos y personas, acciones y cosas. De volver a tener las riendas de nuestro destino. Dejar de ser meros sustitutos plásticos de nosotros mismos, encantados como estamos de ser naturaleza de deshecho, receptor y transmisor de audiencias o de número de ventas, demasiada poca cosa. Muchedumbres, multitudes, masas, paneles de audiencias, bases de datos, mensajes específicos según perfiles, todo automatismo telemático, dispositivos en los que recibimos imágenes y mensajes como los nuevos beatos que ni siquiera sospechamos que somos. Si un día quisiéramos volver en sí de este sueño de potencia y solidez, puede que no halláramos adónde porque ya nada es posible fuera de este videojuego colosal de la vida ideado por unos idiotas.
Me gustó la frase de Conrad “en el tono está la verdad”. Muy buenas las páginas dedicadas a la huida, hacia adelante o hacia atrás como forma de avanzar. Elvira Sastre la escritora segoviana habla de que la vida es un viaje de huida y vuelta. Muy interesante la metáfora de la creación de las cosas, de todo. Un niño se esconde de la lluvia en una leñera y empieza a ver todo, todas las cosas que ya estaban ahí pero el niño empieza a crear, un espacio, una luz, un olor, un ruido, el niño no sabe que está creando el mundo. Todavía una creación incompleta porque no tiene palabras, años más tarde completará la creación. Por eso yo pienso que cuando yo me muera, la creación desaparece y con ella todo, TODO. Curioso el párrafo en el que habla de las mayúsculas, de huir de ellas, del Espíritu, de la Libertad, de la Idea, del Reino de Dios, del Paraíso. Bajarse de las mayúsculas, hasta Dios al hacerse hombre se apeó de su mayúscula. Fascinante.
La vida pequeña, dice el autor, tendría que ver también con la necesidad de volver a discernir lo que es bueno, pararnos, detenernos y ponernos a considerar. Muy bonitas las páginas que dedica a la alegría. La alegría hace llevadero o por lo menos más llevadero lo que es difícil de sobrellevar. Acepta lo lleno, pero sobre todo acepta el vacío. Y quién soporta el vacío ama la verdad y ya no tiene miedo. A la alegría no le falta de nada, ya lo tiene todo, por eso irradia, la alegría se irradia
También habla del silencio, diferencia entre imponer el silencio, no dejar hablar y otra cosa es guardar silencio, atesorarlo, hacer tesoro de él. Uno de los últimos capítulos es un elogio de las preposiciones. Lo sustantivo goza de buen cartel, es lo importante, lo decisivo, lo sustancial por definición. Pero para el autor lo esencial es lo preposicional, por delante de lo sustantivo, de lo adjetivo, de lo verbal. Como cenicientas del lenguaje ya es tiempo de ponerse los zapatos de cristal y salir al baile del mundo con la cabeza alta. Yo soy yo y mi con, yo y mi según, mi en y mi por y mi para. Las cosas están ahí y yo tengo que estar con ellas, ante ellas, entre ellas, contra ellas. Y sigue hablando de preposiciones, ¿de preposiciones? No, de vida. Y muy al final dice que huir es siempre una forma de imaginar un edén.
En fin, no es un libro pesimista propiamente dicho, tampoco es un libro de oración y de auto-castigo, pero sí es una llamada a dar la espalda la aceleración diaria, al consumo, a las series de televisión, al mundanal ruido. Parar y fugarnos a la vida que teníamos. Discurso contra las tonterías, las mezquindades, las inhumanidades. Una defensa de la huida de las mayúsculas que tanto daño nos han hecho, guiarnos por la experiencia, aceptar el azar.
Termino. Un libro singular, un texto moral, estimulante. La vida pequeña, las pequeñas cosas. Libro que se puede leer poco a poco, y releer, y disfrutar. Y pensar, porque te hace pensar y no hay que esquivar el pensar sobre las mil cosas de las que habla el libro. Lectura muy recomendable por el masaje moral y mental que nos proporciona, aunque nos cueste su lectura. Léanlo en papel, en un libro de verdad, el digital es otra cosa y disfrutarán y sentirán, merece mucho la pena.
Al menos a mí me lo parece.
Heliodoro Albarrán