Artículo publicado en El Adelantado de Segovia el día 26 de noviembre de 2020.
LOS MALOS DE LA PELICULA
1,7 millones de personas empleadas, una aportación al estado de 17.500 millones en impuestos, un sector que facturó en el año 2018 un total 123.000 millones de euros, que representó el 6,2% del PIB… Unas cifras a grandes rasgos que representan la importante aportación de la hostelería en nuestro país. Se estima que 150.000 empleos se perderán en Castilla y León dentro de este sector, sin contar los efectos que tendrán en otros sectores directamente ligados, tras esta crisis sanitaria, social y económica.
Un sector que se asfixia, que pide auxilio ante la decisión de tener que cerrar nuevamente sus puertas, porque que han sido los grandes castigados y señalados de esta crisis. Es evidente que el virus se crece, se hace fuerte, en el contacto social y si algo son nuestros bares y nuestros restaurantes es un punto de encuentro. Pero se percibe un ensañamiento por parte de las administraciones con un sector clave en nuestro país. ¿Cómo es posible que no permitamos en un bar 15-30 personas y permitimos 600 en un campo de fútbol?, ¿o permitamos un hormiguero de personas en supermercados, autobús, trenes o metros?, ¿quién limpia y desinfecta los cajeros automáticos o las barras en las que se agarran todos los pasajeros en los autobuses? Son incoherencias y contradicciones que nadie logra entender, a las que nos estamos acostumbrado, por desgracia ya demasiado.
El turismo se ha convertido en el motor económico de este país, y en nuestra ciudad es más que evidente, un turismo que va ligado y de la mano de la hostelería, lo uno va con lo otro, y seguramente haya sido un gran error meter todos los huevos en la misma cesta, pero en plena tormenta no es momento para cuestionarnos nuestro modelo económico. No somos Alemania ni somos Francia, nuestro modelo por suerte o por desgracia está basado en el turismo. La fórmula para conseguir el equilibrio entre la salud y la economía nadie la tiene, ni sabemos si se conseguirá, pero en estos momentos es hora de proteger, y no de destruir, de sembrar certezas ante tanta incertidumbre.
La solución no puede pasar por cerrar todo, y nos acabaremos dando cuenta, pero ya se habrán quedado muchos, muchas familias en el camino, acuérdense de aquel “nadie se va quedar atrás”.
Si hay un sector que ha demostrado en esta pandemia su capacidad de adaptación y cumplimento de las variables normativas (un día decimos una cosa, al día siguiente la contraria), han sido los hosteleros. Los que más han invertido para adaptar sus negocios, los que más se han sacrificado, son precisamente ellos, los que a la postre están pagando los platos rotos. No puedo decir el nombre de ningún establecimiento que haya visitado que no estuviera preocupado del cumplimiento. Ni te dejaban sentarte hasta que previamente no habían desinfectado mesas y sillas, con verdadero esfuerzo y afán. Si no fuera suficiente han tenido que ejercer de policías en sus propios establecimientos. Un hostelero reconocía recientemente que había tenido que invitar a unos jóvenes a que se fueran, tras desobedecer varias veces en no tener puesta la mascarilla dentro del local, y ese hostelero prefería perder clientes a que no se cumplieran las normas sanitarias.
Las administraciones han tirado por el camino de en medio, el más rápido, el más sencillo, el más cómodo para ellas, han preferido aplicar un cerrojazo en vez de invertir en inspectores que chequearan qué locales estaban cumpliendo, y quien no. Recientemente una administración me reconocía que si no había denuncia ciudadana, ellos no podían intervenir. A eso nos están condenando nuestros representantes, a denunciarnos unos a otros, alimentando una nueva guerra civil. Ante la crítica situación que estamos viviendo, las administraciones se han puesto de perfil, y son ellas las que tienen que actuar de oficio, y no esperar a un ¨ciudadano chivato¨. En los momentos de dificultad, en las crisis, son las administraciones las que deben demostrar su liderazgo, y en esta crisis si algo luce por su ausencia es precisamente ese liderazgo.
En esta película que todos estamos protagonizando, titulada Covid-19, algunos han decidido, con demasiado celo, que los hosteleros sean los malos de esta película. Contamos las horas para volver a barras, mesas y terrazas de estos profesionales que levantan todos los días las persianas de su negocio para hacernos más fácil y agradable la vida.
Javier Segovia Muñoz