En cierta alocución, John Cleese, conocido actor británico, miembro de los Monty Phyton, se preguntaba si alguien completamente estúpido podría saber que lo era, porque para darse cuenta de tal condición, el sujeto debería poseer cierta inteligencia. El comediante citaba las investigaciones de David Dunning, un amigo suyo, que sugerían que para saber lo bueno que uno es en algo, necesita las mismas habilidades que se precisan para ser bueno en eso, pero si eres absolutamente malo en algo, careces de las habilidades para darte cuenta de que eres absolutamente malo en eso.
Cleese se refería a cierto estudio publicado en 1999 por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, que postularon que las personas de baja capacidad sufren de una superioridad ilusoria y las de alta capacidad tienden a creer que son menos competentes de lo que son en realidad, el conocido “efecto Dunning-Kruger”.
No es algo nuevo, ya lo dejó sentenciado Sócrates, quien según narra Platón acuño el conocidísimo aforismo «Solo sé que no se nada». Dicho sin rodeos, las personas sabias se dan cuenta de lo poco que saben, en tanto que las estúpidas son incapaces de darse cuenta de que son estúpidas y tampoco reconocen el talento de los demás.
El estudio comienza analizando el caso real de McArthur Wheeler, que intentó atracar un banco con la cara cubierta de zumo de limón, pensando que funcionaría como la tinta invisible, impidiendo que su rostro fuera captado por las cámaras de vigilancia. ¡El razonamiento es impecable! ¿Qué puede salir mal? Muchos hemos tenido la experiencia en la infancia de usar el zumo de limón como tinta invisible para escribir mensajes que sólo podían leerse al calor de una llama.
Es cierto, creo que nos pasa a todos, tendemos a tener opiniones favorables sobre nuestras propias capacidades en muchos ámbitos, lo que según los autores supone una doble carga, no sólo llegamos a conclusiones erróneas y tomamos decisiones desafortunadas, sino que nuestra incompetencia nos priva de la capacidad metacognitiva para darnos cuenta de ello. Se cuenta que la inversión más rentable es adquirir un hombre por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale.
Resulta obvio que tal efecto se da en grados diferentes, seguramente ni Ud. ni yo trataremos nunca de atracar un banco cubiertos de zumo de limón, ¿o sí? El problema viene cuando alguien cuya comprensión discurre por los percentiles más bajos alcanza el poder y dispone de suficientes limones como para ser mucho más ambicioso en sus planes.
Antes de que nos demos cuenta estaremos todos ahogados en el ácido perfumado del cítrico, preguntándonos cómo no lo vimos venir, mientras el interfecto se mira complacido al espejo y dialoga con su reflejo sonriente sobre lo estúpidos que cree que son los que yacen en el fondo del estanque.
Estar en manos de alguien que está persuadido de que tiene la razón y de que sabe más que nadie, es terriblemente peligroso, más cuanto mayor es la responsabilidad de quien nos desprecia, porque nada bueno puede salir de ahí y no pocos conflictos tienen otra causa que esa.
Ese sesgo cognitivo suele manifestarse a través de síntomas aparentemente inocentes, pero que, si se observan con atención, señalan con nitidez a quienes los padecen. Tras frases corteses y de aspecto inocente, como: «Es la dirección federal, y mi persona, quien marca las líneas», no lo dude, puede esconderse un ambicioso plan de importar limonada a gran escala para rescribir la Constitución Española.
La publicación citada también concluye que mejorar las habilidades de los participantes en el estudio y, por tanto, aumentar su capacidad metacognitiva, les ayudó a reconocer las limitaciones de sus capacidades y a mejorar en las pruebas subsiguientes. ¡No todo está perdido!, salvo que el interfecto lo impida y se rodee únicamente de quienes le nieguen el privilegio de señalarle el buen camino. Es frecuente que al tonto en el poder le cuelgue de la levita una legión de ambiciosos, potentes, prepotentes e impotentes, palmeros irredentos y repetidores a coro de consignas prefabricadas, cuyo único modo de ganarse la vida es la adulación al líder.
La esperanza es que aún haya un número suficiente de personas sensatas, de esas que tienden a subestimar sus propias facultades, en la idea de que sus semejantes comparten con ellos esa habilidad, que se den cuenta del problema y en las urnas voten a alguien, no diré más capacitado, pero al menos no tan peligroso, si es que en la élite política actual encontramos alguno.
En mi opinión alguno hay.
Javier López-Escobar
Nota: Plagio el título de este artículo de uno de los excelentes libros, recopilatorios de viñetas, del célebre Joaquín Lavado, Quino, fallecido hace apenas cuatro años, creador de Mafalda y conocido por su fina razón y capacidad de análisis de la situación política a través del lápiz y cuya lectura recomiendo con viveza.