Le he preguntado a un conocido buscador ¿cuánto cuesta un Lamborghini? Y su respuesta ha sido la siguiente: “La gama parte desde los 230.775 € que corresponden a su modelo de acceso, el Huracán Evo, llegando hasta los 240.294 € que sería el precio del buque insignia, el Urus”. Independientemente del rango de precios de estos vehículos, la respuesta me sirve para reflexionar sobre la frivolidad con la que el gobierno español trata a la ciudadanía, a la que bombardea constantemente con propaganda.
Según ANFAC, en España se han matriculado un total de 34 Lamborghinis entre enero y agosto de este año. Si sumamos las ventas de otras marcas de similares características, tendríamos otros 153, lo que suma 187 coches de esos que hacen que volvamos la mirada cuando pasan a nuestro lado.
Asumiendo que, por cualquiera de esos superdeportivos, que difícilmente superan los badenes que proliferan en nuestras calzadas, se paga una cifra similar, sin temor a excederme, podría asegurar que, en esos meses, 187 acaudalados dejaron en los concesionarios al menos unos 46 millones de euros de su bolsillo.
Antes de que uno de ellos ruede por nuestras calles, el estado recauda diversos impuestos: un 14,75% de matriculación, un 21% de IVA, un 6% de IPS y 150€ de IVTM. Haciendo unos pequeños cálculos, significa que el estado ingresó directamente más de 13 millones de € sólo por esas ventas, no es mal negocio.
Los 33 millones restantes se dedicaron a la larguísima cadena que va desde el que curte el cuero de los asientos, hasta la persona que friega el taller por la noche, incluyendo los beneficios que se reparten entre los accionistas. Fabricar un solo Lamborghini Urus involucra a cientos de personas, desde ingenieros y diseñadores hasta técnicos especializados en cada etapa.
Si incluimos todos los procesos auxiliares, los proveedores, los transportistas, y todos aquellos que de un modo u otro intervienen en el diseño, montaje y puesta a disposición del público de uno de estos Lamborghinis, fácilmente reuniríamos más de un millar de trabajadores especializados, bien formados, que se ganan bien la vida con esto, pueden así mantener dignamente a sus familias y también contribuyen a lo común pagando religiosamente los impuestos correspondientes.
Es lo que tienen los ricos, que gastan grandes caudales en caprichos que el resto de los mortales no podemos permitirnos y, si se me permite decirlo, ¡ni maldita gana que tenemos! Caprichos de los que muchos otros, no tan ricos, viven decentemente.
Para disponer de una red de transporte público con la que acudir al puesto de trabajo en la fábrica de autos, tener un seguro médico, enviar a los niños a un colegio público y poner alimento sobre la mesa del piso, alquilado o en propiedad, en el que se reside, además de sostener a la legión de funcionarios necesarios para el buen gobierno, a los jubilados merecidamente retirados y a los más desfavorecidos se necesita, en primer lugar, que la factoría venda coches.
No me ofende que un multimillonario gaste su fortuna en subir a la estratosfera para darse el gusto de asomar, durante unos minutos, medio cuerpo por la escotilla de una pequeña cápsula espacial. Lo que me preocuparía es que Jared Isaacman hubiera decidido no gastar su capital en nada, y lo que me entristece es que la “Resilience”, la nave “Crew Dragon” que la empresa Space X adaptó para la ocasión, no se fabrique aquí.
Me parece completamente innecesario seguir explotando la caricatura decimonónica del gordo con chistera y puro que, con los faldones de su levita al vuelo, explota y oprime al miserable obrero. De ese tópico, casi vencido el primer cuarto del siglo XXI, sigue viviendo un ejército de paniaguados que ni sirven a su señor, ni fabrican carros, ni cosechan trigo, ni venden zapatos, ni producen nada, pero que se las ingenian para sostenerse muy confortablemente, mientras nos explican a los demás cómo hacer las cosas, al tiempo que tratan de enrolarnos en sus enredos. Rabadanes que sólo saben quemar pólvora del rey y desprecian el emprendimiento para convertirnos en un país de subsidiados.
Deberíamos exigir a este gobierno que se deje de pasear clichés y de aventar fantasmas y se ponga a trabajar para atraer riqueza, al tiempo que se asegura de que su distribución sea justa, y si no puede, mientras hace equilibrios imposibles para sostenerse en la cuerda floja del nacionalismo, incapaz de aprobar unos presupuestos, que lo deje y convoque elecciones, antes de que el concesionario de Lamborghini cierre, despida a sus empleados y el daño sea irreparable.
Javier López-Escobar